Luchar por una sociedad más justa, más
solidaria, con hábitos saludables y actividad física, es una rebelión anticapitalista,
que cierra puertas, produce menosprecio y tal vez falta de oportunidades en un
mundo cada vez más volcado a lo fácil, a lo lindo, a lo empresarial.
Claro, valiéndose de la necesidad de la
población de encontrar curas mágicas y recetas milagrosas ante el ritmo de vida
agobiante en que viven, pululan empresas que venden batidos o cocteles
multivitamínicos asociados a una imagen clara, pulcra y llena de eufemismos.
¿Cómo una vida saludable sin comprar productos
puede ser más rentable que la compra de productos pseudo- saludables que son ridículamente
caros y que en realidad ocultan un estafa piramidal, donde se cobran en su mayor
parte comisiones y el precio del producto es en realidad insignificante?.
La respuesta radica en el modo de producción en
el cual estamos inmersos, el sistema capitalista. Aquí, en el sistema, un emprendedor,
con una buena idea de ganancia, es un ganador, una persona respetada, que puede
salir, incluso de la pobreza gracias a una idea innovadora que le produce una
rentabilidad increíble y una riqueza que jamás hubiera podido tener, si hubiera
seguido los pasos lógicos de las demás personas que no se arriesgaron a
intentarlo. El inconveniente esta es que esa idea, no tiene que ser ni
ecológica, ni con respeto a los derechos humanos ni laborales; y todo daño
social o ecológico queda por detrás, cuando se ven los resultados de sus logros
económicos.
Y las universidades, usan esta misma lógica y
forman profesionales que reproducen prácticas insalubres y nos obligan a usar
los productos o consumirlos, pues es muy difícil competir con los medios de
producción que usan, con medios menos contaminantes.
Esta lógica del capital que esta por encima de
la salud, nos lleva a deforestar los países, contaminar los cauces hídricos con
agrotóxicos (y uso este término más allá de una ideología pues un veneno no
puede ser llamado agroquímico cuando su función en matar algo) y luego compran
a las fuerzas del orden público, a los fiscales y/o jueces para que no corran
las denuncias en su contra, como ya hemos visto que ha pasado con las distintas
grandes empresas como el cigarrillo y hoy por hoy los agrotóxicos.
Esta prácticas nocivas, nos llevan a una
sociedad envenenada con publicidad para el consumo, con muchos datos pero que
no informan, con noticieros que solo muestran asesinatos, asaltos, accidentes y
todo lo relacionado a la morbosidad para
que el ciudadano/a de a pie (y los que van en otros medios) no perciban la
realidad.
Así llega el Coronavirus, diseminándose por
todo el mundo, que ya ha matado al 17 de marzo 7865 personas, sin embargo
enfermedades asociadas al corazón en 2016 fueron de 15,2 millones y la mayor parte de las muertes en
el mundo están asociadas a enfermedades no transmisibles, pero que afectan,
claramente a los más pobres, que no pueden pagar un servicio de urgencias o
tratamientos carísimos que salvan sí a unos pocos/as.
Otra causa importante de muerte es el EPOC
(Enfermedad pulmonar obstructiva crónica) que en mayor medida es asociada a fumar
y cocinar con leña o humo. Sin embargo, la empresa que vende cigarrillos sigue
viento en popa e incluso en países que exportan médicos como Cuba, la empresa
de puros es una parte importante de su economía.
Esta vorágine de situaciones generan las
condiciones óptimas para que la población se envenene, se contagie de virus y
ocurran pandemias a velocidades muy increíbles, porque la máquina no puede
parar, debe seguir, hasta que la situación sea tal que los poderosos también
estén amenazados, allí si se vuelve una problema, pero si eso solo quedara entre
los estratos bajos, como otras enfermedades que matan mas gente, no habría
tanta preocupación.
¿Porqué entonces seguimos luchando contra
enfermedades virales que causan menos muertes? Es evidente que la saturación de
los sistema de salud son una causa fundamental.
Lo que no se dice, lo que no se habla o por lo
menos se deja debajo de la alfombra es el ritmo de vida, las condiciones
pésimas de vida de la mayor parte de la población que vive su día a día sin
posibilidades de subsistir. Es mucho más probable que la mayor parte de la
población muerte de un infarto, un accidente cerebro vascular (llamado derrame
popularmente) o diabetes, no sin antes dejar grandes cantidades de dinero a
farmacéuticas, sistemas de salud privados y centros asistenciales privados que
brindas servicios mucho más cómodos, pero que recae en el trabajo de las
personas que usan esos servicios.
Nadie plantea cambiar los hábitos de trabajo,
disminuir las horas de exposición al sol, dejar un tiempo para hacer caminatas
y mucho menos vender productos alimenticios que garanticen a la población una
salud distinta o poner impuestos alto a productos nocivos y subsidios con esos
impuestos a los alimentos más saludables.
Falta una política de salud y producción
asociada a la educación. Formar profesionales de todas las áreas con visión
global de cooperación, producción ecológica y alimentación saludable, con un
sistema impositivo que grabe los alimentos no saludables y promocione la buena
salud. Pagar a los funcionarios que van en bicicleta a su trabajo o caminando,
disponer horas de descanso, psicólogos/as laborales con nutricionistas y
médicos de familia para que guíen a la población de manera gratuita.
Bueno, para ello necesitamos una revolución,
una revolución social que derrote al derroche y busque formar una sociedad más
justa, mas cooperativa, mas solidaria. Ponele el nombre que quieras, yo no voy
a etiquetarlo, pero si te insto a que luego de leer este artículo, pienses como
podemos unirnos para derrotar la sociedad del despilfarro, del abuso de poder,
del saqueo, del consumo sin barreras.
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